Cuando cierre los ojos seguiré escuchando tu voz, cuando mis dedos se muevan sobre el tablero, tu fuego va a quemar el significado de cada pieza, ardiendo dentro, solo queda pasión a medias. Quizás lo sabias y decidiste algo ridículo en comparación, dejando el destino en la planta más baja del presente, y de corona una balanza, bailando en la colina, sin cuidados, sin sentidos, derramando solo sus corazonadas más miasmáticas de todas. Estoy de rodillas, bebo.
El fondo del barril no se deja ver. Escucho tus risas, el rumor de quien baila en una oscuridad no maligna, no glorificada, un lugar en las sombras, un lugar lejano. Una excusa, para no ser humano, para ser frágil, para alcanzar el centro de mi paraíso escondido.
Cerré los ojos y fundí las llaves, no eran de oro, ni valían tanto.
Cerré los ojos, cruce umbrales, me enamore del laberinto que con tanta dulzura invente para mi, cerré los ojos, ningún muro me rodeaba, cerré los ojos, por ultima vez, duermo sobre los escombros sin miedo de ser lo que tus ojos, ahora, abiertos, pueden ver.
Me despierto, colapso ante el brillo, un momento que se sello en mi alma como una maldición, sordo y rodeado del perfume a pólvora, entendí lo dulce en lo trágico, lo mundano e indiferente de un error, el sabor a que nada puede, pero debería, ser peor, una bendición, como un vino amargo y turbulento.
Lo tengo todo memorizado, una actuación metódica pero traviesa en naturaleza, sin un escenario, con suerte, pero sin fortuna, besando el néctar de las copas frías, que poco a poco vuelven a ser recipientes, copas de vidrio pintándose para celebrar el día que matemos nuestro futuro.
No me levanto, desaparezco.